Hace ya un tiempo tomé una de las mejores decisiones de mi «vida ciclista». Decidí convertir mi bicicleta clásica, la que utilizo como medio de transporte (cuando la lluvia lo permite), en una bicicleta eléctrica.
¿Cómo lo hice? En este post encontraréis el contexto para dar un salto de calidad y vida en el commuting madrileño. Pero también acabaréis viendo, como yo, cómo influye en cualquier aspecto que queráis.
El contexto
Como padre de dos pequeñas fieras, mi tiempo para salir con la bicicleta, como cicloturista, se redujo muchísimo. Y la llegada de la pandemia, además, afectó mucho a mi hábitos. Puso el teletrabajo de lleno en mi sector y dejé de ir a trabajar cada día en bicicleta para llevar una vida mucho más sedentaria. Por obligación. Y además, esto vino para quedarse.
Pero con la «vuelta a la normalidad» (nueva normalidad lo llamaban), me di cuenta de que mi capacidad física, reducida por lo expuesto anteriormente y estando por encima de los 40, iba a ser complicado que volviera. Si para tratar de ponerme en forma tenía una bicicleta de carretera tope de gama, mi habitual montura para moverme por Madrid era una reliquia con más años que yo y con un peso bastante elevado.
La decisión
Por eso me plantee convertir mi bicicleta clásica en eléctrica. Para que los días que trabajara de manera presencial no fuera un suplicio llegar a la oficina. Ganar agilidad en la ruta… Y aceleración, y velocidad… Y optimizar el tiempo de desplazamiento a la oficina. Ya que todo había cambiado, no se por qué, me entró de nuevo la «prisa» con el commuting.
Y tenía que encontrar la manera de hacer esa conversión. La tienda de bicicletas donde estuve trabajando hace tiempo ya no hacía conversiones a eléctricas. De hecho, la empresa con la que trabajaban ya no existe. Así que, contacté con un antiguo compañero de taller, le consulté si podía echarme un cable y, tan amable como siempre, no me puso ningún problema en echarme un cable (nunca mejor dicho).
Encontré el Kit Bafang, uno de los mejor valorados, con buenísimas reseñas y que mi antiguo compañero me comentó que podía llevar al límite e, incluso, dejarlo montado en mi bici clásica sin sacrificar la estética.
Instalación
Al tener que compaginar con su trabajo actual, mi compañero tardó en total una semana en avisarme. Y el resultado fue espectacular. Buscó la manera de que los cables quedaran camuflados, la batería en una bolsa como las que podemos llevar de herramientas, el controlador en otra bolsa en el tubo diagonal y la pantalla en el manillar. Todo respetando la estética de bici clásica.
Primeras pedaladas
Cuando me dio la bici me dijo: «ten cuidado, esto es un cohete». Y vaya si lo es. En la primera ruta para probarla me di cuenta de que la velocidad máxima y la aceleración, con las ruedas finas y el «poco» peso comparado con lo que había probado antes hacía que la bicicleta saliera disparada al arrancar y que una vez cogidos los 25Km/h era muy fácil mantener e incluso subir hasta rozar los 30Km/h en llano sin apenas sudar.
En una subida media, por encima de 20km/h con un pelín más de esfuerzo, y encima ganando en la salida en semáforo. En algún caso tenía que controlar el primer empujón de asistencia del pedelec para no «comerme» al coche de delante.
El día a día
Y así, en mi día a día, la bici eléctrica se ha convertido en indispensable. He cambiado una ruta de más de media hora en poco más de 20 minutos. Me mantengo a una velocidad más constante, consigo enlazar más semáforos en verde porque así están pensados los flujos del tráfico y, sobretodo, estoy más integrado en el tráfico «molestando» menos y, por tanto, me molestan menos.
A cambio, si es verdad que la bicicleta es mucho más pesada, tengo que estar pendiente de la batería y subirla a la oficina para mantenerla siempre con el máximo nivel de carga y no «quemar» ciclos. Pero el cambio ha merecido, y mucho, la pena.
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Y si ya te has convertido a la bici eléctrica, comparte tu experiencia con otros ciclistas de Madrid.