He encontrado este interesante artículo de la BBC, escrito por Tom Straffor, Catedrático en Psicología y Ciencia Cognitiva por la Universidad de Sheffield, y autor del libro Mind Hacks. Voy a intentar resumirlo\traducirlo, pero quien lo prefiera, puede leer la versión completa en la web de la BBC.
En el artículo empieza diciendo que no es tan sencillo como decir que es que molestamos, la razón de ese cabreo es porque activamos un odio interno al romper el orden moral de la carretera. Y es que los ciclistas parece que provocamos furia en el resto de usuarios de la calzada. Y si crees que no, sólo hay que buscar la palabra «cyclist» en Twitter y no es raro encontrarse con auténticas barbaridades. Tom Stafford hace mención a un tweet, pero en una búsqueda que he hecho mientras escribo esto, me encuentro un tweet que dice:
cccllloooeee
Dear cyclist in the middle of the road, MOVE. Dickhead.
12/02/13 18:05
o este otro, aún más «bestia»:
jaimeviss
@BjViss almost ran over a cyclist today who thought he owned the road, he had the jack syndrom. My car might have less than 100hp but #iWin
12/02/13 17:47
Si esto lo leemos en contra de una religión o una minoría, sería un escándalo, pero, según dice Tom, en cierto modo, dirigido hacia un ciclista, parece que está bien.
El señor Stafford, tiene una teoría para todo ese odio, y no es porque realmente molestemos. Ni siquiera es porque los conductores tengan memoria selectiva por ese ciclista que molesta en vez de los cientos de «aburridos», que no molestan. Su teoría es que los conductores de vehículos a motor odian a los ciclistas porque ofenden el «orden moral». Y lo explica: Conducir es una actividad muy moral, hay reglas en la carretera, tanto legales, como informales, y hay buenos y malos conductores. Incluso el complicado «baile» de la hora de salida del trabajo, con sus atascos, funciona porque todo el mundo conoce las reglas y las sigue: Manteniéndose en el carril, señalizando, primero gira uno, luego otro, luego otro. Entonces aparece un ciclista, que parece creer que las reglas no están hechas para él. Cambiando a la acera si le interesa, saltándose semáforos en rojo incluso yendo en dirección prohibida en calles de un solo sentido.
Se puede argumentar que conducir es muy parecido a la vida social, un juego de coordinación donde tenemos que confiar los unos en los otros para que todo salga bien. Y como en todos los juegos, hay una recompensa para el tramposo. Si todo el mundo está esperando para girar, puedes saltarte la cola. Si todo el mundo está pagando su impuesto de matriculación, puedes no pagarlas y aún así todavía tienes todos los beneficios de poder circular.
En economía esto es conocido como el «free rider problem» (en español, problema del polizón); si creas un beneficio común – como impuestos o carreteras y calles ordenadas – consiste en evitar que algunos se lleven el beneficio sin afrontar sus obligaciones. El problema del polizón crea una paradoja para los que estudian la evolución, porque en un mundo individualista, parece no favorecer la cooperación. Incluso si un grupo de personas individualistas reconocen el beneficio de juntarse para obtener un bien común, una vez que se ha obtenido ese beneficio, tiene sentido que cada uno se libere del colectivo. Esto hace que cualquier cooperación tienda a romperse. En pequeñas sociedades puedes apoyarte en cooperar con amigos, compañeros, pero según crece una sociedad, el problema del polizón tiende a hacerse cada vez más grande.
Colapso social
Los humanos parece que hemos desarrollado una manera de mantener el orden ante acuerdos sociales potencialmente caóticos. Esto es conocido como «castigo altruista», un termino que significa que, es un castigo que te cuesta como individuo, pero no otorga ningún beneficio directo. Por ejemplo, si estamos en un partido de fútbol y vemos a alguien colarse sin pagar entrada. Podemos sentarnos y disfrutar del partido (sin coste para nosotros mismos), o podemos buscar a alguien de seguridad y que expulse al tipo que se ha colado (con el coste de perderme parte del partido). Eso sería castigo altruista.
Este castigo altruista es lo que puede hacer que grupos de extraños sin relación entre sí cooperen. Para demostrar esto, se creó un juego de cooperación en el que grupos de voluntarios, que no se conocían, sin contacto entre ellos, jugaban con dinero real que recibirían al final del experimento. Cada jugador recibía 20 créditos por ronda, y podía elegir si contribuía hasta esa cantidad en un proyecto grupal. Después de que todos pusieran el dinero de su contribución (o no), todo el mundo (independientemente de lo que pusieran, como si no ponían nada), recibía el 40% del bote común.
Con estas reglas, el mayor beneficio es cuando todo el mundo pone la totalidad de los créditos, porque cada jugador recibiría más de lo que ponía. Pero para cada individuo el mayor beneficio parecía ser no poner nada. Convertirse en el polizón. Conservar sus 20 créditos y obtener el 40% de lo que los demás pusieran. Por supuesto, si todo el mundo hacía esto, entonces sería el 40% de nada.
En este caso lo que ocurrió fue como en un manual de lo que el problema del polizón puede causar. En cada turno, la cantidad media contribuida por los jugadores iba bajando. Todo el mundo pensó que podía obtener el beneficio del bote común sin el coste de contribuir. Incluso aquellos que empezaron contribuyendo más pronto se dieron cuenta de que nadie más estaba haciendo lo mismo. Y una vez que se dieron cuenta dejaron de contribuir, nadie quería ser el «tonto de la clase».
Un simple cambio en las reglas dió la vuelta al juego y evitó que la cooperación se terminara. La introducción del castigo altruista. Se permitió a los jugadores multar a otros jugadores por el precio de ellos mismos. Esto es castigo altruista en estado puro porque los grupos cambiaban cada ronda, y los jugadores eran anónimos. No había beneficio directo en multar a otros jugadores, pero los jugadores se multaron, y mucho. Como era de esperar decidieron multar a los jugadores que no habían aportado en esa ronda. El efecto en la cooperación fue increíble, la cantidad media aportada fue creciendo y creciendo, en lugar de bajar. El sistema permitió la cooperación entre grupos de extraños que no se volverían a ver, superando el problema del polizón.
¿Y qué tiene que ver esto con conductores y ciclistas? La clave está en el detalle de ese experimento. ¿Se sentaron tranquilamente los jugadores a calcular los beneficios, creando ejemplos del juego para razonar sobre el coste y el beneficio? No, esa no fue la razón inmediata por la que la gente empezó a multar a jugadores. Se empezaron a denunciar porque estaban enfadados. Pidieron a los jugadores que anotaran su enfado en una escala de 1 a 7 ante varias situaciones. Cuando los jugadores se encontraban con un polizón, la mayoría ponían su enfado en el 7 de esta escala. Y es que la evolución ha construido odio en nuestras cabezas por aquellos que hacen «trampas» o son «polizones», lo que activa nuestro enfado cuando nos enfrentamos a los que actúan así, y es este enfado el que activa el castigo altruista. En este sentido, la emoción es la manera en la que la evolución nos hace olvidarnos de los intereses propios a corto plazo y nos anima a una vida dentro del colectivo social.
Así pues, ahora podemos ver porque hay una presión evolutiva hacia el odio a los ciclistas. Muy profunda en la psique humana, que nos ayuda a coordinarnos con extraños y así construir la sociedad global que es la clave de nuestra especie, es el odio hacia la gente que rompe las reglas, que se lleva los beneficios sin contribuir en el coste. Y los ciclistas activan este odio cuando usan la calzada sin seguir las mismas reglas que los coches o motos.
Entonces, los ciclistas que estamos leyendo esto, debemos pensar «pero estas reglas no están hechas para nosotros – somos más vulnerables, discriminados, no debemos seguir estas reglas»… Y a lo mejor hasta tenemos razón, pero eso es irrelevante cuando otros usuarios de la calzada perciben que estás rompiendo las reglas que ellos deben cumplir. A lo mejor la solución es educar a los conductores en que los ciclistas están protagonizando un papel mucho más importante en un tema relevante como es el de la contaminación y la reducción del tráfico. O quizá deberían fijarse más en una clase más importante de polizones… Los que no pagan impuestos (ni multas).
Al final he traducido casi literalmente el artículo porque me ha parecido realmente curioso. Comparando a los ciclistas con los que se cuelan sin pagar, y poniendo el acento al final en que lo que hay que hacer es cambiar la mentalidad de los conductores… Ni mucho menos en que nosotros cumplamos normas que evidentemente no cumplimos y que no dañan a nadie por no cumplirlas.
Si opinas como el autor de este artículo, o tienes una visión completamente diferente, te invitamos a que participes dejando tu comentario o respondiendo vía twitter. ¡Queremos saber tu opinión!